Violencia contra la mujer

Crecer en un ambiente de violencia

Eliza Romero

noviembre 24, 2022
Vivir en violencia constante puede ser muy parecido a esas enfermedades que progresan sin ser percibidas, mi mamá tuvo glaucoma así que lo he visto, el cuerpo se adapta, suple y normaliza lo que sea necesario para poder seguir adelante con la mínima afectación a la vida diaria, hasta que la progresión del daño lo impida, es decir, hasta que, en muchos casos, la ceguera sea casi inminente.

La violencia puede trascender generaciones porque al crecer en ella se vuelve el modelo bajo el que forjamos nuestra idea de familia, nos muestra e instruye sobre qué respuestas son apropiadas y útiles para el contexto, por lo que pueden quedarse toda la vida.

Mi padre era militar y estaba siempre armado, así que si había gritos en mi casa, ningún vecino se quejaba, ni llamaba a la policía como pudiera ocurrir en otros casos. Usábamos una granada de pisapapeles; cada ciento de hojas que se acomodaba sin riesgo de esparcirse sobre el escritorio era un suspiro que traía como eco la advertencia de no mover “el fierrito redondo”, afortunadamente esos fierritos son más duros de lo que parecen (en la cabeza de un niño, cualquier advertencia es mitad invitación y mitad provocación).

Ahora que soy adulta y veo en panorámica esa parte de mi crecimiento, hay tres cosas que creo fueron tan potencialmente dañinas como la granada pisapapeles. Sin necesidad de llegar a los golpes, la violencia comenzó en mi vida cuando se devaluaba la opinión del otro. Mil veces hubo peleas por el tipo de herramientas de oficina a las que recurríamos, de las pistolas también llegamos a echar mano durante las temporadas de pago de hipoteca que se juntaban con exámenes, porque ¡ahí sí! con tantas pilas de papeles, nadie quiere llegar a pagar el agua con las esdrújulas tachadas del examen de español. Entonces los reclamos de mi mamá eran por el riesgo de que la niña pudiera terminar percutida por un accidente de escritorio, a lo que mi papá respondía que él sabía mejor, que él era quien manejaba esas cosas y que mi mamá era una histérica que quería pelear a como fuera cuando “todos estábamos tan tranquilos”.

De lejos puede parecer una decisión fácil. ¡Es tan obvio que está mal! Pero esto empieza con cosas simples, quién maneja el auto, qué se compra en el súper, ¡cómo no hiciste esto si yo te dije! Probablemente, aún las parejas más sólidas tienen estas desavenencias y nadie se va a divorciar porque el otro no compre cloro cuando yo quiero desmanchar hasta la conciencia de Judas. Como una enfermedad, la adaptación entra y normaliza.

La segunda granada viene de afuera, la manera en la que decidimos que las mujeres son víctimas de violencia porque no han tenido la fortaleza de  poner un punto y aparte; de esa, hasta yo misma he de confesar que he sido culpable. He de aclarar que mi mamá no era ninguna dulzura, estaba dispuesta a emprender cualquier pelea que se necesitara contra mi papá, donde y cuando fuera, y sobre todo sabía que no mostrar miedo era el estandarte de la victoria. Pero si hacemos acto de conciencia y hurgamos en la memoria, que levante la mano quien no tenga en su archivo de rencores las ocasiones en las que nos hablaron feo nuestras parejas, en las que tuvimos que ceder a pesar de nuestro gran disgusto, en las que sentimos magullado nuestro orgullo; me pueden decir que de eso al balazo que rebotó cerca de la oreja de mi mamá, hay una gran distancia, pero igual que el glaucoma, no lo notas hasta que es tarde y, aún así, no quiere decir que la enfermedad pare.

Distinguir la violencia puede ser más difícil de lo que parece, por cada caso en el que podemos exclamar: pero ¡cómo no lo dejó antes!, hay otro millón de momentos en los que esa violencia es menos notoria o es intermitente, lo que la hace muy difícil de reconocer. “Mi marido me dijo que soy tóxica, pero yo también le contesté”, así que con el marcador 1-1 y aquí nada pasó.

Yo crecí escuchando peleas día tras día, luego mi mamá me llevaba de mudanza en mudanza para evitar que mi papá me secuestrara, amenaza que siempre hacía sabiendo que legalmente había poco a lo que mi mamá pudiera recurrir, estuve en juzgados penales y civiles por acusaciones de desalojo, bigamia, abandono de hogar, agresión, amenazas... todo el arsenal que la ley podía proveer no hacía ni una bomba de humo. A la materia legislativa le falta mucho...

El estereotipo de las mujeres víctimas de violencia es el de ser seres sumisos con ideas obsoletas sobre los roles de género, pero puedo decir por experiencia propia, que he visto a mujeres progresistas, educadas y con recursos ser víctimas de la misma manera. Yo tenía esa pantera en casa y tal vez, gracias a eso, es que hoy puedo escribir este texto, con mi agradecimiento a ella por haber salido más o menos de una pieza, con mi resentimiento porque aún brinco del asiento cuando alguien se acerca y no lo vi venir y porque aún vivo mirando a todas partes, incluso dentro de mi propia casa, y sin poder dormir cuando siento que no estoy protegida con mil cerraduras.

Y aquí va la tercera granada. La ganancia existe cuando el precio que se paga por algo es menor que lo que se obtiene por su intercambio, mi madre tendría hoy casi 80 años y, en ese entonces, el precio de lidiar con mi papá le dejaba como ganancia la libertad de poder estudiar, aún siendo adulta, también la de poder tener una familia sin la exigencia de hacerlo demasiado joven y ser independiente económicamente. Muchas mujeres han sido víctimas de violencia pensando que van en el camino contrario.

Yo que crecí envuelta en este entorno, no conozco más que este modelo, no hubo tías, ni abuelas ni amigas, así que a veces no tengo la más mínima idea de si estoy sub o sobre reaccionando a algo. Siento que reconocer una situación de violencia puede ser más complicado por que es parte de mi normalidad, a veces discuto con mi esposo y me pregunto qué tanto se parece a la manera en que discutían mis papás, si será común o somos sólo nosotros.  

En ocasiones me siento como quien está predispuesto a una enfermedad y tiene que estarse checando para mantenerse sano, a veces necesito tener un tercero neutro que me ayude a distinguir objetivamente si cuando me dice mi marido que él así habla, en realidad habla así, está gritando o sólo me lo estoy tomando demasiado personal; o si dice que el castigo del niño es exagerado, ¿está quitándole valor a mi autoridad? o ¿yo estoy sobre reaccionando?

Hay modelos que nunca podré reconocer fácilmente y a veces quiero lanzar la bomba atómica a la menor provocación, pero en estas condiciones, mi mayor logro es que mi hijo no crezca en un ambiente parecido... aunque a veces no me sale tan bien.


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